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25 de marzo de 2016

Mensaje De Viernes Santo Para Reflexionar Sobre El Mensaje De Jesús

Hoy es Viernes Santo y lo primero que nos llega a la mente son imágenes de cruces, sangre, clavos, latigazos, espinas y sufrimiento. 

Aunque esto tiene gran significado al ser muestras del gran sacrificio y entrega de Jesús, un día como hoy es excelente para tener una reflexión profunda sobre lo que se puede interpretar de la vida y pasión de Jesús el Nazareno.

Por ejemplo, el mensaje de Jesús es lo que muchos sintetizan en estas palabras proclamadas por él, “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1.14- 15; Mateo 4.23-25). Aunque esta proclamación es muy conocida y aceptada, nos puede generar esta pregunta: 

¿A qué se refería Jesús con “El Reino de Dios”?

En mi humilde interpretación el “El Reino de Dios” es el “Reino del Amor”.  Amar fue sin duda la parte más importante de las enseñanzas de Jesús, (Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. Como os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros. Juan 13:34-35).

Lo que recordamos hoy Viernes Santo es la muestra y la lección más fuerte de ese amor de Jesús, amor a los demás, amor por nosotros, y amor por toda la humanidad. El “Reino del Amor” sea en el cielo o en la tierra seria el “Reino de Dios”. Lo que comprueba todavía más las conocidas frases de “el amor lo es todo” y “Dios es amor”. ­

Bueno, sea cual sea la interpretación es evidente que Jesús ha tenido y sigue teniendo una gran influencia en muchas vidas y que su sacrificio no ha sido en vano. Yo solo soy un humilde servidor y simple mensajero. Espero que esto les puede servir de base para una gran reflexión en este día.

Es conocido que Cristo consistentemente usó la expresión “seguidores”, El nunca pidió admiradores o adoradores. Sus enseñanzas eran para educar una vida como el decía. Este Domingo de resurrección es una ocasión especial para comenzar o enfatizar en una transformación positiva en nuestras vidas como seguidores de Jesús y no solo como admiradores.

Por C-Vasquez

Mensaje por Viernes Santo

Eran las tres de la tarde en el calvario después de haber sido tratado de la manera mas despiadada y violenta. Víctima de la ingratitud de su pueblo, de la cobardía de la autoridad civil, de la dureza de corazón y del rechazo de autoridades religiosas, del trato brutal de algunos soldados romanos y del abandono de casi todos los suyos, expiró Nuestro Señor Jesucristo. 

Murió después de encomendar su espíritu al Padre. Nos estremecen y nos conmueven las circunstancias de su muerte.

El profeta Isaías describió al siervo de Yavhé de manera desgarradora: "Desfigurado, no parecía hombre ni tenía aspecto humano, lo vimos despreciado y evitado por los hombres como un varón de dolores acostumbrado a sufrimientos, desprecios. 

Nosotros lo estimamos herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado al matadero. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron, lo arrancaron de la tierra de los vivos"; hasta aquí el profeta.

Con razón los improperios de este día Viernes Santo ponen una queja desolada en labios de Jesús: "Pueblo mío, ¿que te he hecho? ¿En qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te saqué de Egipto, yo abrí el mar delante de ti, yo te guiaba con una columna de nube, yo te di a beber el agua salvadora, yo te di un cetro real; ¿que más pude hacer por ti? Respóndeme". Dolorosa queja en labios de Dios hecho hombre por amor a nosotros.

Los santos al contemplar las llagas y la cruz de Cristo no podían separarse del crucifijo sin decirse sobrecogidos: si sufrió tanto por mí, ¿cuánto me amaba? y ¿cuánto me ama? Aquí reside el secreto del silencio de Jesús y de la renuncia a toda defensa, aquí reside la explicación de su mansedumbre cuando se deja conducir al lugar de la crucifixión. 

Vino a este mundo a revelarnos el amor del Padre y era necesario este nuevo árbol de la vida y de la ciencia del bien, en el cuál confirmó que nos ama hasta el extremo, hasta el extremo de dar su vida por cada uno de nosotros y por toda la humanidad, por cada uno de ustedes y por mi. Tanto valemos a sus ojos y en su corazón.

Vino a enseñarnos la ciencia del amor, este nuevo Adán que desde el árbol de la cruz nos muestra en su cuerpo llagado la gran revelación, la nueva y eterna alianza de Dios con nosotros mediante un vinculo indestructible: el mismo Señor Jesús que abolió la enemistad y es nuestra paz. Desde la cruz el quiere enseñarnos a amar para que sea nuestra la paz verdadera. 

Él quiere decirnos que el amor vence a la muerte, a los abusos de poder, a la tortura y a la infidelidad. Desde entonces en cada niño desamparado, en cada mujer que sufre, en cada obrero sin trabajo y en cada uno de nosotros, el Padre de los cielos, y por que no también nosotros, encuentra el rostro de Cristo iluminado por el amor y la obediencia, marcado por el dolor, pero también por la gloria que su Hijo ha merecido para todos.

Qué misterio de sabiduría y de misericordia. No tiene sentido indignarse contra quienes lo hicieron sufrir y maltrataron sino tomamos conciencia de la ingratitud y del mal del cuál nosotros mismos somos capaces. Los hechos no ocurrieron sólo hace dos mil años, ocurren también en nuestros días porque el Señor nos dijo que todo lo que hacemos a uno de nuestros hermanos pequeños a Él lo hacemos. 

Por eso si no nos acercamos al hambriento para darle de comer, ni al sediento, al desnudo, al enfermo, al encarcelado, al cesante, al angustiado, al ignorante para aliviar su sufrimiento es al mismo Señor a quien desconocemos o rechazamos, a quien despreciamos o marginamos. No le estaríamos prestando el servicio, el gesto de apoyo o de gratitud que con urgencia nos pide. 

Peor aun es la responsabilidad humana cuando se causa el sufrimiento, calumniando al inocente, infiriendo heridas al adversario dando muerte al indefenso, haciendo limpiezas étnicas, políticas o aun religiosas.

Qué la muerte de nuestro Señor grabe en nuestro ánimo el más profundo rechazo a la mentira y a la injusticia, a la prepotencia y a la violencia. 

El poder, la autoridad y las fuerzas que Dios nos da no las usemos para destruir sino para construir en el espíritu de Jesús conforme a su verdad, su sabiduría y su amor infinito. Este es el nuevo espíritu que necesitamos para dar forma a nuestra convivencia en el próximo milenio.


Antes de expirar el Señor le pidió a la Virgen María que asumiera a Juan como hijo suyo: "Mujer ahí tienes a tu hijo"; a Juan le indicó "ahí tienes a tu madre". 

Se lo expresó a él pero la tradición comprendió muy pronto que se lo decía a Juan y a todos los discípulos, también a nosotros; ahí tienes en la Virgen María a tu propia madre. 

Después de meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor no dejemos de imitar el ejemplo del discípulo. 

El Evangelio nos relata "que desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa", desde esta hora acojámosla en nuestro interior, en nuestra casa para que nos enseñe el inconmensurable amor que Dios nos tiene y la fidelidad agradecida que le debemos, y para que nos acerque a nuestros hermanos sufrientes en quienes nos reencontramos con Nuestro Señor Jesucristo.

Mons. Francisco Javier Errázuriz

3 de abril de 2015

Reflexión Por Viernes Santo

Perdón para encontrar la paz, mensaje de Iglesia en este Viernes Santo

Así como llama al perdón, la Iglesia Católica llama también al reconocimiento de las víctimas.

Un llamado a construir paz, con perdón, reconciliación y solidaridad, hace la Iglesia católica este año en la interpretación de las últimas siete frases que Jesús pronunció durante su crucifixión, antes de morir, y que se conocen como el sermón de las Siete Palabras.

Los mensajes del sermón de las Siete Palabras

1. 'Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’

“¡Cuánta vida hemos perdido en el camino obstinado de la guerra!...”

“La primera palabra que Jesús nos ofrece es el perdón. Dios padre nos ha reconciliado con Cristo y nos ha perdonado. Este perdón es un acto unilateral y gratuito, que hace palpable para nosotros una esperanza. Déjense reconciliar con Dios, nos invita San Pablo, invitación que nos convoca para buscar la reconciliación también con las personas que nos rodean, especialmente con la familia. ¡Cuánta vida hemos perdido en el camino obstinado de la guerra!... Perdonar es abrir un lugar a aquel que nos ha hecho daño, con la conciencia de que cuando perdonamos liberamos el corazón. Perdonar no es minimizar el mal que se ha hecho, pero detiene la rueda de la violencia.

Perdonar no es olvidar, es mirar con nuevos ojos que permitan superar la ira y el resentimiento para reconstruir los lazos de la comunión y devolverle al corazón la vida que ha perdido.

El perdón de Cristo nos impulsa a arriesgarnos en la construcción de una paz que será compleja y a largo plazo, porque el perdón debe nacer de las víctimas y del compromiso para recuperar su dignidad, reconocer sus sufrimientos y reparar los daños ocasionados”.

2. ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’

“No tengamos miedo de ser solidarios, especialmente con las víctimas del dolor y del resentimiento de los conflictos...”

“En los momentos de oscuridad, de confusión y de prueba estamos tentados a pensar que Dios nos ha abandonado, que ya no se acuerda de nosotros. Sin embargo, es precisamente en ese momento cuando Él sale como garante y, estando incluso crucificado en medio de los dos malhechores, ofrece lo mejor que tiene: su salvación. Él descubre que Jesús lo mira con ojos compasivos, con ojos que descubren lo bueno que hay en él, que es un malhechor.

El malhechor arrepentido nos permite leer su experiencia de salvación, en primer lugar, desde la solidaridad, que desnuda el corazón de las personas. Nuestra sociedad necesita aprender de la solidaridad y Cristo nos invita a descubrir lo bueno que hay en los demás. La solidaridad nos engendra para la paz, principalmente porque nos saca de nuestro estado de confort, de la infame tendencia a considerarnos el centro del mundo, y nos lleva a sentir compasión por los que sufren.

3. ‘Mujer, he ahí a tu hijo...’

“Frente a tantos sobrevivientes del conflicto armado, cerramos los ojos y somos indiferentes porque pensamos que no nos compete...”

“María representa a la Iglesia, ella siguió con fidelidad el plan de Dios. Está capacitada para recibir como regalo una humanidad nueva. Debemos tener en cuenta que el camino de la humanidad siempre será conflictivo y dramático. Tantas guerras amenazan el destino del hombre, tantas máscaras tiene el mal apara confundirlo, que resistir para ser testigo del bien, de la verdad y la justicia se convierte en una tarea difícil, más si decidimos hacer nuestra vida sin Dios.

Junto a María al pie de la cruz, descubrimos cuánto nos quiere Dios, y ese amor nos impulsa a revisar con lealtad los criterios que inspiran nuestras relaciones. En la familia nos cuesta reconocer los dificultades de las personas que tenemos tan cerca. Con nuestras amistades no comunicamos valores auténticamente cristianos, porque eso nos compromete ante los demás.

En el trabajo solemos apostarle a la ley del menor esfuerzo, la cual degenera en escapar de la misión de aportar a la construcción del bien común. Frente a tantos sobrevivientes del conflicto armado del país, cerramos los ojos, somos indiferentes porque pensamos que no nos compete”.

4. ‘Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’

“No nos dejemos robar la esperanza”.

“El grito desesperado de Jesús en la cruz permite entender que el Padre en realidad no ha abandonado al Hijo. Más bien, que el Hijo vive el abandono como una de las formas de dolor que experimenta el hombre. Jesús, que grita el abandono al Padre, permite a cada persona que sufre por la violencia, la injusticia, la soledad, el desprecio o la exclusión unirse a esa misma voz. Detrás de ese grito de dolor se esconde también una profunda esperanza. Cristo nos invita a deponer las venganzas y nos anima a apaciguar las discordias con el diálogo y a superar las enemistades con el perdón.

Hoy corremos el riesgo de perder la esperanza ante los desafíos de los diversos conflictos que se han desatado en la sociedad. Pero la paz nace del amor de Dios por nosotros. La esperanza nos dice que todo trabajo que hagamos para defender la justicia, impulsar la fraternidad, generar solidaridad, promover el diálogo y el camino del entendimiento no será en vano. Como nos repite el papa Francisco: no nos dejemos robar la esperanza”.

5. ‘Tengo sed’

“Su grito es un reclamo a cada uno de nosotros, en el que nos pide un cambio de rumbo...”

“Jesús nos pide una renovación de nuestras prácticas sociales, de nuestros valores, una ruptura de la superficialidad, de la cultura de lo desechable y la indiferencia, como la llama el papa Francisco, para asumir caminos nuevos que fortalezcan la convivencia pacífica, la práctica de la justicia y la realización de la paz entre los colombianos. El papa Francisco nos ha dicho: ‘Dios piensa en cada uno de nosotros, nos quiere mucho, sueña con la alegría que gozará con nosotros’.

El Señor quiere cambiarnos. Jesús ama profundamente a cada persona. De ahí brotan el respeto, el aprecio, el amor por el otro. La certeza más grande que hay en el mundo es que Dios ama a cada uno y a todos con la misma intensidad. Si cada uno nos dejamos reconciliar por el amor de Dios, seremos artesanos sencillos, pero eficaces, de paz y reconciliación entre los colombianos”.

6. ‘Todo está consumado’

“La cruz de Jesús nos asegura que ni la muerte ni la guerra, por más dramáticas que sean, quedarán excluidas de la fuerza transformadora del amor de Dios...”

“Muriendo, Jesús proclama que solo Dios es Dios y que su entrega en la cruz salva al mundo. Todo está cumplido porque su Evangelio es el tesoro más grande entregado al mundo. ‘Todo está cumplido’ es una invitación apremiante, de la que niños, jóvenes, adultos y ancianos no podemos sentirnos excluidos. Por lo tanto, surge la misión de comunicar a Cristo, es decir, permitir que a través de nuestra vida circule el amor que el Señor vino a sembrar en el mundo.

‘Todo está cumplido’ es una voz de ánimo para trabajar en la reconciliación de las familias, en los escenarios laborales, educativos, deportivos, comerciales, culturales, sociales y religiosos, porque la cruz de Cristo es capaz de cargar con todo el drama, el dolor y el pecado de nuestra nación. La cruz de Jesús nos asegura que ni la muerte ni la guerra, por más dramáticas que sean, quedarán excluidas de la fuerza transformadora del amor de Dios”.

7. ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’

“La muerte no puede jamás ser considerada el fin de la vida...”

“Jesús, que se entregó en manos de los hombres, ahora entrega su espíritu en las manos del Padre. La muerte no puede jamás ser considerada el fin de la vida. La muerte es la puerta de entrada a nuestro nacimiento definitivo en Dios. Los momentos de dolor que experimentamos, representados en la injusticia, el odio, la traición, la mentira, la infidelidad o la violencia, pueden ser considerados formas de muerte.

Ellos se dan cuando el corazón se pervierte y se presta para desconocer el derecho de los otros. Cuando el corazón se cierra y se vuelve indiferente ante quienes nos rodean. El verdadero Viernes Santo de nuestras vidas se da cuando nos olvidamos de Dios y queremos armar nuestros proyectos sin él.

De esta manera emergen la soberbia, el egoísmo, el orgullo, la violencia, la injusticia, la corrupción, la deshumanización. Esta palabra nos compromete a ser orantes, pues cada uno vive como ora y ora como vive. Son muchos los que viven críticas situaciones humanitarias. No podemos ser ajenos a sus gritos para hacer presente la cercanía de Dios.

 El papa Francisco llamó a fortalecer el corazón para que sea misericordioso, fuerte, firme, solidario, fraterno, amante de la vida, generoso”.

18 de abril de 2014

Mensaje Semana Santa

La semana santa es un período que es considerado como de reflexión dentro de las creencias cristianas. Es que se trata ni más ni menos que de la conmemoración anual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. Por eso mismo, estas frases tal vez te motiven para pensar en las pascuas un poco más allá de lo superfluo.

  Si bien para muchos la Semana Santa no es más que un período de días de descanso, para muchos creyentes cristianos en el mundo entero el significado es otro, totalmente diferente. Y es que se trata ni más ni menos que de la conmemoración anual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. Por ende, para aquellos que profesen la devoción hacia Cristo, sin duda alguna será un período de reflexión.


"La resurrección de Cristo es perdón para los pecadores, vida para los que aceptaron su obra en la cruz, y gloria por la eternidad con Él en los cielos." (Anónimo)

"El creyente que ama la cruz, encuentra que aún las cosas más amargas que vienen a su vida son dulces." (Madame Guyon)

Aunque existen muchos Cristianos hoy, vemos que muchos de ellos de hecho solo van a la iglesia los Domingos, y en sus corazones no se encuentra ningún estándar claro ni Palabra de salvación. Pero Jesús dijo:


 "De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3:5).

17 de abril de 2014

Mensaje De Semana Santa Para Todas Las Familias Peruanas

La Semana Santa para muchos no es más que un período de días de descanso, para nosotros
los cristianos su significado es otro, se trata de la conmemoración anual de la pasión,
muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.


Por ende, para aquellos que profesamos el valor de la fe es un periodo de reflexión, una
fe que nos da la tranquilidad de saber que todo obra para bien, fe que nos llena de energía y esperanza para enfrentar el porvenir, porque creer nos da la fuerza para vivir y renueva nuestro espíritu todos los días.
  
Vamos a tratar de hacer de estos días un tiempo de unión familiar y tomar las medidas
de prevención necesarias para evitar el luto y el dolor en nuestras familias, pues debemos
recordar que en estas fechas celebramos la vida, no la muerte.
   
En Cierta ocasión le dije a mi Madre:  ¿Quién es Jesús? – Le pregunté y ella respondió: “El Hijo de Dios”. Tuve curiosidad de conocerle, aunque pensé que no se veía muy feliz para ser el Hijo de Dios pues estaba clavado en la Cruz.

Sin embargo ella dijo que Jesús me quería conocer y que si yo era un buen niño tendría que ir a la escuela.  Sentí emoción y deseo por asistir a conocer al Hijo de Dios, pero esos no eran los planes de mi maestra, quien puso un velo sobre mi alma.

Ella solía decir que el Hijo de Dios aún sufría en la Cruz y que cada vez que me portaba mal Jesús sangraba.

Y concluía diciéndome:
! Por tu culpa ! ! Por tu culpa ! ! Por tu grande culpa !
A partir de ese entonces  cada vez que le miraba clavado en ese madero sentía  gran impotencia pues yo no quería que sufriera por mi grande culpa. 

Realmente me esforcé por no lastimarle, y cada vez que hacia una travesura o tenia malos pensamientos sentía su dolor. ¿Qué grande pecado puede tener un pequeño? si de ellos es el Reino de los Cielos.

Sin embargo yo no lo sabía, Con grande dolor en el corazón me despedí de Jesucristo, creyendo que  algún día le ayudaría a bajar de la Cruz.

“Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos.”
Hebreos 9:28

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.”

Isaías 53:4-5

Amigos y amigas,
 
Dios les bendiga a Ustedes, a sus familias y nos ayude a hacer más grande, más próspero y
más feliz a Nuestro Perú.

Espero que la resurrección de Cristo sea un nuevo renacer en nuestras vidas y que se haga
realidad en cada una de las acciones cada día, felices pascuas de resurrección y que Dios les bendiga siempre.

29 de marzo de 2013

Día de Reflexión y Arrepentimiento


Un análisis de las Siete Palabras de Jesús en la Cruz con la ayuda de Karl Rahner, uno de los más importantes teólogos católicos del siglo XX, perteneciente a la Compañía de Jesús, que se caracterizó por una enorme capacidad intelectual y de trabajo, espíritu crítico, y disposición al diálogo.

Primera Palabra:
“PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (Lc 23,34)
Cuelgas de la cruz. Te han clavado. No te puedes separar de este palo erguido sobre el cielo y la tierra. Las heridas queman tu cuerpo. La corona de espinas atormenta tu cabeza. Tus manos y tus pies heridos son como traspasados por un hierro candente. Y tu alma es un mar de desolación, de dolor, de desesperación.
Los responsables están ahí, al pie de la cruz. Ni siquiera se alejan para dejarte, al menos, morir solo. Se quedan. Ríen. Están convencidos de tener la razón. El estado en que estás es la demostración más evidente: la prueba de que su acto no es sino el cumplimiento de la justicia más santa, un homenaje a Dios, del que deben estar orgullosos. Se ríen, insultan, blasfeman. Mientras tanto cae sobre ti, más terribles que los dolores de tu cuerpo, la desesperación ante tal iniquidad. ¿Existen hombres capaces de tanta bajeza? ¿Hay, al menos, un punto común entre Tú y ellos? ¿Puede un hombre torturar así a otro hombre, hasta la muerte? ¿Desgarrarlo hasta matarlo con el poder de la mentira, de la traición, de la hipocresía, de la perfidia…. y mantener la pose del juez imparcial, el aspecto del inocente, las apariencias de lo legal? ¿Cómo lo permite Dios? ¡Oh Señor, nuestro corazón se habría destrozado en una furiosa desesperación! Habríamos maldecido a nuestros enemigos y a Dios con ellos.
Sin embargo, Tú dices: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. ¡Eres incomprensible, Jesús! Amas a tus enemigos y los encomiendas al Padre. Intercedes por ellos. Señor, si no fuera una blasfemia, diría que los disculpas con la más inverosímil de las excusas: “no saben”. Sí, sí saben, ¡lo saben todo! ¡Pero quieren ignorarlo todo! No hay cosa que se conozca mejor que aquello que se quiere ignorar, escondiéndolo en el subterráneo más profundo del corazón; pero, al mismo tiempo, le negamos la entrada nuestra conciencia. Y Tú dices que no saben lo que hacen. Sí, hay algo que no saben: tu amor por ellos.

Segunda Palabra:
“YO TE ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO” (Lc 23,43)
Agonizas y, sin embargo, en tu corazón rebosante de dolor hay todavía un sitio para el sufrimiento de los otros. Vas a morir y te preocupas por un criminal que, atormentado en su martirio infernal, reconoce que su pena fue merecida por su vida de maldad. El abandono de Dios te ahoga y hablas del Paraíso. Tus ojos se velan en las tinieblas de la noche y oteas la luz eterna. Al morir nos preocupamos de nosotros mismos, pues los otros nos dejan solos y abandonados. Tú, sin embargo, piensas en las almas que deben ir contigo a tu Reino. ¡Corazón de misericordia infinita! ¡Corazón heroico y fuerte!
Un delincuente miserable pide que te acuerdes de él y Tú le prometes el Paraíso. ¿Se puede transformar tan rápidamente con tu proximidad una vida de pecado y de vicio? Si pronuncias las palabras de absolución se perdonan hasta los pecados y las bajezas más repugnantes de cada vida criminal. Nada puede impedir la entrada a la santidad de Dios. Se puede admitir, llevando las cosas al límite, un poco de buena voluntad, en un pecador, pero su perversidad, sus instintos viciados, la brutalidad, el fango…, ¡eso no desaparece con un poco de buena voluntad y con un arrepentimiento fugaz en el patíbulo! ¡Uno de esa calaña no puede entrar en el Paraíso tan limpiamente como las almas que se purificaron toda la vida, los santos que prepararon sus cuerpos y sus almas para hacerlos dignos del Dios tres veces santo! Y, sin embargo, Tú pronuncias las palabras de tu gracia omnipotente que penetra en el corazón del ladrón y transforma el fuego infernal de su agonía en la llama purificadora del amor divino. El amor destruye la culpa de la criatura rebelde. Y así el ladrón entra en el Paraíso de tu Padre.

Tercera Palabra:
“MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO. HIJO, AHÍ TIENES A TU MADRE” (Jn 19,26)
Está ya próxima tu muerte, la hora en que tu Madre tenía que estar cerca de ti. Esta es la hora que une, de nuevo, al Hijo y a la Madre. La hora de la separación y de la muerte. La hora que arranca a la madre viuda el hijo único.
Una vez más tu mirada contempla a la tu Madre. No le ahorraste nada: ni la alegría ni la pena, las dos surgían de tu gracia, las dos provenían de tu amor. Amas a tu Madre porque te ha asistido y servido en la alegría y en el dolor; así llegó a ser completamente tu Madre.
Tu Madre, tus hermanos y tus hermanas son los que cumplen la voluntad del Padre que está en los cielos. A pesar de tu tormento, tu amor vibra de la ternura terrena que une al hijo y a la madre. En la suprema agonía de la salvación, te has conmovido por el llanto de una madre. En ese momento, le has dado un hijo y al hijo una madre. Por esto la tierra nueva será posible.
Pero ella no estaba sola con el dolor de madre a cuyo Hijo matan, estaba en nuestro nombre como Madre de los vivientes. Ofrecía a su Hijo por nosotros. Repetía su “fiat” a la muerte del Señor. Era la Iglesia junto a la cruz. Al entregar la Madre al discípulo amado, nos la has entregado a cada uno de nosotros.
Señor Jesús, tu muerte no habrá sido inútil si me acojo a este materno corazón. Estaré presente cuando llegue el día de tus bodas eternas, en las que la creación, transfigurada para siempre, se unirá a ti para siempre.

Cuarta Palabra:
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?” (Mt 27,36)
Se acerca la muerte. No es el final de la existencia corporal, la liberación y la paz, sino la muerte que representa el fondo del abismo, la inimaginable profundidad de la angustia y devastación. Se acerca tu muerte. Desnudez, impotencia horrible, desolación desgarradora. Todo cede, huye… No existe más que abandono lacerante. Y en esta noche del espíritu y de los sentidos, en este vacío del corazón donde todo abrasa, tu alma insiste en llorar. La tremenda soledad de un corazón consumido se hace en ti invocación a Dios.
¡Seas adorada oración del dolor, del abandono, de la impotencia abismal, del Dios abandonado! Si Tú, Jesús, eres capaz de orar en tal angustia, ¿dónde habrá un abismo tal que desde él no se pueda gritar al Padre? ¿Hay una desesperación que no se pueda hacer oración si busca refugio en tu abandono? ¿Hay un mudo dolor capaz de ignorar que su grito silencioso sea escuchado en las moradas celestiales?
Recitaste el Salmo 21 para hacer de tu abandono total una plegaria. Tus palabras: “Dios mío, Dios, ¿por qué me has abandonado?”. El grito desgarrador que tu Espíritu Santo puso en el corazón del Justo de la Antigua Ley. Tú -si me está permitida la explicación-, en el paroxismo del sufrimiento, no has querido rezar de modo distinto a como lo hicieron tantas generaciones anteriores a ti. En cierto modo, en aquella Misa solemne que Tú mismo celebraste como sacrificio eterno has rezado con las fórmulas litúrgicas consagradas y así has podido decirlo todo.
Enséñame a orar con las palabras de la Iglesia de tal manera que se hagan palabras de mi corazón.


Quinta Palabra:
“¡TENGO SED!” (Jn 19,28)
El evangelista Juan, que la escuchó, nos cuenta: “Sabiendo que todo estaba cumplido para que se cumpliera la Escritura, exclamó: ¡Tengo sed!”. También aquí confirmaste la palabra tomada de los Salmos y que el Espíritu había profetizado ante tu Pasión. En el Salmo 21 se dice de ti: “Mi paladar está seco lo mismo que una teja, y mi lengua pegada a mi garganta”, y en el Salmo 69, versículo 22, está escrito: “En mi sed me han abrevado con vinagre”.
¡Oh Servidor del Padre, obediente hasta la muerte y muerte de cruz! Tú miras más allá, incluso en la agonía, en la que el espíritu se oscurece y desaparece la conciencia clara, intentas ansiosamente hacer coincidir todos los detalles de tu vida con la imagen eternamente presente en la mente del Padre. No te referías a la sed indecible de tu cuerpo desangrado, cubierto de heridas abrasadas y expuesto al sol implacable de un mediodía de Oriente. Cumplías la voluntad del Padre hasta la muerte con una humildad inconcebible y digna de adoración. Sí, lo que los profetas habían predicho como voluntad del Padre se cumple en ti: tengo sed.
Así comprendiste toda la aspereza cruel de tu Pasión: era una misión que cumplir, no un ciego destino; era la voluntad del Padre, no la maldad de los hombres; redención de amor, no crimen de pecadores.
Señor Jesús, sucumbes para que seamos salvos. Mueres para que vivamos. Tienes sed para que restauremos nuestras fuerzas en el agua de la vida. Nos invitaste a esta fuente cuando en la fiesta de los Tabernáculos exclamabas: “Si alguno tiene sed venga a mí porque de mi seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7,37).

Sexta Palabra:
“TODO ESTÁ CUMPLIDO” (Jn 19,30)
Está cumplido. Sí, Señor, es el fin. El fin de tu vida, de tu honor, de las esperanzas humanas, de tu lucha y de tus fatigas. Todo ha pasado y es el fin. Todo se vacía y tu vida va desapareciendo. Desaparición e impotencia…. Pero el final es el cumplimiento, porque acabar con fidelidad y con amor es la apoteosis. Tu declinar es tu victoria.
¡Oh Señor!, ¿cuándo entenderé esta ley de tu vida y de la mía? La ley que hace de la muerte, vida; de la negación de sí mismo, conquista; de la pobreza, riqueza; del dolor, gracia; del final, plenitud.
Sí, llevaste todo a plenitud. Se había cumplido la misión que el Padre te encomendara. El cáliz que no debía pasar había sido apurado. La muerte, aquella espantosa muerte, había sido sufrida. La salvación del mundo está aquí. La muerte ha sido vencida. El pecado, arrasado. El dominio de los poderes de las tinieblas es impotente. La puerta de la vida se ha abierto de par en par. La libertad de los hijos de Dios ha sido conquistada. ¡Ahora puede soplar el viento impetuoso de la gracia! El mundo en la oscuridad comienza, lentamente, a arrebolarse con el alba de tu amor.
Tú que perfeccionas el universo, perfeccióname en tu Espíritu, ¡oh Verbo del Padre, que cumpliste todo en la carne y con el martirio! ¿Podré decir en la tarde de mi vida: “Todo está cumplido, he llevado a su término la misión que me encomendaste”? ¡Oh Jesús, sea cual sea mi misión que me haya encomendado el Padre -grande o pequeña, dulce o amarga, en la vida o en la muerte-, concédeme cumplirla como Tú cumpliste todo! Permíteme llevar a plenitud mi vida.

Séptima Palabra:
“PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU” (Lc 23,46)
¡Oh Jesús, el más abandonado de los hombres, lacerado por el dolor, es tu fin! Ese final en el que a un ser humano se le llega a quitar hasta la decisión libre entre el rechazo y la aceptación. Es la muerte. ¿Quién te arrastra o qué te arrastra? ¿La nada? ¿El destino ciego? No, ¡el Padre! El Dios que une sabiduría y amor. Así te dejas llevar y te abandonas en las manos ligeras e invisibles que a nosotros, incrédulos, prendados de nuestro yo, se nos presentan como el ahogo imprevisto, la crueldad y el destino ciego de la muerte.
Pero Tú lo sabes: son las manos del Padre. Tus ojos, en los que ya se ha hecho la noche, son capaces de ver al pare; se han fijado en la pupila quieta de su amor, y tu boca pronuncia la última palabra de tu vida: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Todo lo devuelves a quien todo te lo dio. Sin garantías y sin reservas confías todo a las manos de tu Padre. ¡Qué amargo y pesado don! El peso de tu vida que acarreaste solo: los hombres, su vulgaridad, tu misión, tu cruz, el fracaso y la muerte. Pero ahora no has de llevarlo por más tiempo; puedes abandonarlo todo y a ti mismo en las manos del Padre. ¡Todo! Estas manos sostienen segura y cuidadosamente. Son como las manos de una madre. Acogen tu alma tan delicadamente como un pajarillo que se alberga entre las manos. Nada tiene peso. Todo es luz y gracia, todo es seguridad al amparo del corazón de Dios, donde la pena se puede desahogar en llanto y donde el Padre seca las lágrimas de las mejillas de su hijo con un beso.
Él mismo cuida y acompaña a sus discípulos y amigos, incluso en las circunstancias más adversas. Calma su desconcierto en la temible tempestad del lago, acompaña y llora con Marta y María la muerte de Lázaro, se compadece de la muchedumbre desorientada que lo sigue… Y sin embargo, ahora, cuando más lo necesita, cuando se consume clavado en el madero de la cruz, el que no abandonaba a los suyos se siente abandonado de todos.
Jesús experimenta el abandono de su pueblo. Antes le había buscado para aclamarlo como Rey, le había recibido exultante y curioso en Jerusalén… Ahora lo expulsa de la ciudad santa al lugar de la vergüenza. Fuera de la viña de Israel, fuera de la sociedad políticamente correcta, fuera de la creación de Dios. Desechado del reino de los poderosos y expulsado al basurero de los criminales. Colgado en una cruz, sujeto por los clavos, desnudo ante la gente, expuesto a la deshonra. Jesús es herido por la tortura física de su cuerpo y ofendido en su dignidad. Ser desnudado en público significaba no ser ya nadie. Ser ajusticiado en cruz suponía maldición de Dios, tal como enseñaba la ley judía: Maldito todo aquel que cuelgue de un madero (Dt 21,23). El pueblo abandona a Jesús. Pueblo mío, ¿por qué me has abandonado?
Jesús experimenta el abandono de sus discípulos. Se fiaba de ellos porque los amaba. Eran su familia… pero le dejan sólo. Le seguirán de lejos, perdidos y asustados; marcados por la infidelidad y la cobardía. La pasión de Jesús es amistad traicionada. Ya en el momento de su agonía en Getsemaní, mientras todos dormían, Judas, el único despierto, última la traición. El beso de amor se transforma en signo de odio. Es el auténtico traidor, que inicia la cadena de entregas hasta el nefasto desenlace del discípulo y del Maestro, de Judas y Jesús. La perdición de Judas fue la avaricia, el ansia de poder y la ambición de dinero, la complicidad con los poderosos y la prepotencia reinante en el corazón de todo hombre, que desde el inicio de la historia se llama egoísmo. Judas fue vulnerable al dinero y la traición. Judas, amigo mío, ¿por qué me has abandonado? Pedro tampoco está. Es víctima de su propia presunción. Se cree fuerte, y es débil; se cree seguro, y va a fallar; se cree único, y es como todos. Jesús presiente la debilidad del más fuerte, pero Pedro está seguro de seguirle hasta el final. Cuando en el camino nocturno de casa en casa y de juicio en juicio, Pedro encuentre la mirada de Jesús y entre en sí mismo descubrirá su negación traidora y llorará amargamente. Lágrimas de humildad para ahogar su orgullo. Lágrimas más por sí mismo que por el Señor. Jesús es víctima del miedo paralizante del que se quiere sólo a sí mismo, de la cobardía de quienes no quieren exponerse al juicio de los demás, del temor de aquellos que viven de la opinión engañosa e hipócrita de la gente. Pedro, ¿tú también? ¿por qué me has abandonado?
Jesús experimenta también el abandono de la justicia. Pilato gobierna sin otra verdad que su poder. Sabe que ese condenado es inocente. Su corazón está dividido y sometido a enorme presión política que obliga a pronunciar sentencia. Pero, prefiere su posición social al derecho. Halaga a la muchedumbre para canalizar su ansia de poder y ambición. Sigue la cruel sabiduría de los dominadores que entregan chivos expiatorios a las masas. Pilato, representante del poder, juez injusto, ¿por qué me has abandonado?

En esta extrema desolación, Jesús se dirige al Padre y grita el dolor de su abandono: Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué me has abandonado? ¿Por qué soy entregado al horror de la muerte? ¿Por qué te siento ausente ahora? ¿Por qué? Es grito de queja y angustia, no desesperación. Jesús experimenta el silencio del Padre. Con esta lamentación del salmo 21, Jesús asume en sí el Israel sufriente, la humanidad que padece el desgarro del sufrimiento y el drama de la oscuridad de Dios. Es un diálogo íntimo entre Dios y Dios, entre Padre eterno e Hijo Encarnado. No me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación (Sal 26,9). Pero, en la cruz, Jesús manifiesta la fidelidad a un Dios que parece ausente e indiferente a nuestro dolor; que ama silencioso en el sufrimiento; que no se defiende en su respeto infinito al hombre.